Bolivia tiene dificultades para aumentar su energía solar, pese a su gran potencial

También sería aconsejable buscar mejores sistemas de monitorización y previsión meteorológica para anticiparse a las bajas de energía que pueden traer las nubes, dice Carlos Fernández, también especialista en energías alternativas. Propone explorar el almacenamiento de baterías a largo plazo para situaciones en las que la producción de energía solar disminuye, debido a la nubosidad o a la llegada de la noche.
«Podríamos estudiar estaciones de bombeo [hidroeléctricas] para almacenar la energía potencial en forma de agua, junto con el uso de paneles fotovoltaicos», dice Carlos Fernández.
Para estas y otras alternativas, es imprescindible ampliar y diversificar las fuentes de financiación, que, según él, aún son limitadas. Propone buscar financiadores externos, estrategia que actualmente Bolivia «no está explotando al máximo».
Grandes desafíos para la energía solar
La satisfacción por el rendimiento de la planta de Oruro, así como el optimismo por la instalación de proyectos similares, contrasta con la magnitud del desafío que se ha propuesto Bolivia en sus compromisos para dejar de depender de los hidrocarburos: un reto que supone sustituir la mayor parte de los 30,59 millones de barriles equivalentes de petróleo de energía útil que se prevé los combustibles fósiles proveerán el año 2040, según una evaluación de WWF Bolivia.
La economía boliviana se sostiene, desde hace un par de décadas, con los ingresos que genera la venta de gas natural a países vecinos (Brasil, Argentina). La política energética del país se complementa internamente con el subsidio de los combustibles y permite la distribución de las regalías entre sectores estratégicos del país, como gobiernos intermedios y universidades.
Expertos en temas energéticos advierten, ven la política de subvención, una traba para avanzar en el cambio de matriz energética. Es el caso del especialista Mauricio Medinaceli, quien, en una entrevista con la agencia Reuters, dijo: “No hay la posibilidad para que energías renovables puedan competir con el precio del gas subsidiado”.
Para Medinaceli, “hay un uso desmedido del gas natural justamente porque es barato. En ese contexto, pedirle a la gente que utilice energía solar o energía eólica es muy difícil porque estas energías son más caras que un gas natural subsidiado”.
La matriz energética vigente en Bolivia depende en un 93%, de los combustibles fósiles (gas, diésel), incluyendo la producción de electricidad en plantas termoeléctricas, que sigue siendo la más importante en términos de volumen, afirma, por su lado, Miguel Fernández.
Si se analiza solo al sector eléctrico, apunta el especialista, “la energía generada por las termoeléctricas -que operan con combustibles fósiles- representa un 70% del total, mientras que el restante 30% corresponde a la que generan plantas solares, hidroeléctricas, eólicas, de biomasa y de ciclo combinado”.
Como parte del proceso de transición energética, el Estado boliviano se había fijado como meta hasta 2025 cambiar la matriz eléctrica para que solo el 22% de la electricidad venga de fósiles, mientras que el 74% sería de hidroeléctricas y el restante 4% de fuentes renovables.
Aún así, Miguel Fernández cree fundamental no dejar de trabajar para cumplir las metas. Plantea que Bolivia apunte a que, hasta el año 2040, 73 % de la energía que consuma sea eléctrica. “Con esa tendencia hacia 2040, llegaríamos perfectamente a 2050 sin mayor problema y con 0% de emisiones”, dice.
Según sus proyecciones, en 2040 la capacidad de producción de energía eléctrica debería crecer hasta los 18 000 MW. En la actualidad, ronda los 3200 MW, un volumen que duplica la demanda nacional.
Pero, en dos décadas, «la capacidad instalada debería llegar a 18 000 MW», insiste Fernández, aunque para ello sería necesario que «todo el sector crezca 10 veces».
Esta capacidad añadida reforzaría el objetivo de Bolivia de convertirse en un centro energético regional que venda grandes excedentes a los países vecinos, una visión lanzada por el expresidente Morales en 2014.
Miguel Fernández entiende que hay otros complejos desafíos en el camino hacia la transición energética. Por un lado, está la cuestión tecnológica. Por otro, el rediseño de las políticas fiscales, que debería pensar en un sistema productivo que ya no dependa de la renta petrolera para su funcionamiento y compense el eventual desbalance económico que el uso de otras energías traería consigo.
Y hay un desafío más, el que Fernández considera más grande: concientizar a la sociedad civil y a los tomadores de decisiones en Bolivia de la urgencia de la transición energética.
“El IPCC (Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático) nos dice que hasta 2030 tenemos que bajar a 45% las emisiones del sector energético a nivel global. ¿Qué estamos haciendo? Nada”, sentencia Fernández.
Este artículo se publicó originalmente en la plataforma informativa Diálogo Chino.
RV: EG